NO HAY COLEGIO EN EL FIN DEL MUNDO
Están los que a pesar de todos los inconvenientes inventados aprenden solo con mirar al cielo. Están los que no aprenden ni, aunque por una rendija pudiera ser introducido en su cerebro toda la sabiduría del mundo. Por otro lado, hay una mayoría silenciosa que aprende e inventa lo no enseñado: esos son los imprescindibles.
En la vuelta al cole después de meses cazando ranas, nadando hasta el ocaso, corriendo por campos entre guijarros y resecas plantas, por arboledas y riachuelos…según en el lugar del mundo que el azar los puso…la muchachería se reencuentra añorante de sus correrías…anhelantes de nuevas vacaciones…
Hay colegios levantados con cuatro palos y otras tantas ramas colocados de la mejor manera que se pudo elegir. Existen colegios de élite donde unos parvulitos bien alimentados, alienados y adoctrinados, llegarán a ser los dirigentes del planeta. Hay colegios donde se enseña a ser sin parecer. Hay colegios donde por encima de todo se aprende a aparentar sin ser. En unos huele a riquezas intangibles, en otros, a podredumbre.
No hay protagonistas en esta
historia o al menos no uno principal. Cada ser que comienza su andadura
arrastrándola año tras año hasta conseguir juntar una letra con otra, aprender
matemáticas, física, historia…estará obligado a descubrir per se lo realmente
imprescindible para transitar la vida: ética. Sin este ingrediente de poco
sirven todos los demás y dará igual si el lugar donde naciste pertenece al
primero, segundo o tercer lugar planetario.
El maestro que te enseña a leer crea una impronta que acompañará de forma inconsciente alguno de tus actos; siempre presente sin que se note su halo, como si guiara tu mano y tus ojos a través del papel…la escuela fría de aquel lugar estepario donde las manos congeladas impedían cualquier intento de escritura…en el lado opuesto un calor derritiendo la tinta o el grafito del lápiz derramado por el papel…allí no existe el olor a carteras nuevas, a impecables uniformes, allí el atuendo uniformante se ha evaporado, ha sido sustituido por la ausencia de fundas en los pies, y, parte de unos cuerpecillos que crecen contra todo pronóstico bajo la espada de Damocles de la desnutrición.
El primer mundo llena depósitos de comida desechada que el tercer mundo miraría ojiplático…
En el mal llamado primer mundo
—las clasificaciones deberían ser borradas por un sistema igualatorio— se
inicia el curso como una fiesta llena de color y algarabía. Ante mí, aparece la
imagen de una fila de niños en África caminando por un sendero reseco, bajo el
sol, durante un tiempo que para este mundo acomodado de primera categoría sería
infinito, difícil de resolver. Mientras el primer grupo goza de placeres
efímeros, el segundo lleva dentro de sí la esperanza de una promesa de vida en
ese mundo de papel que añoran por desconocido.
Entre tanto, una legión alienada de traje corbata y zapatos de charol se encamina a formar parte de la lista de hombres importantes dedicados en cuerpo y alma a engordar su ego. En el primer mundo existe ese otro mundo que tanto cuesta mirar, delator de conciencias reveladoras de inmoralidad.
Ellos van alegres, saltando, aprendiendo de cada piedra del camino, ignorando que quizá un día el colegio que habitarán se está construyendo en la profundidad del mar; allí su historia se escribirá en los corales, cincelada por los habitantes de un mundo sin calificación.
En memoria de todos los y las:
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